Pluna, el periodismo y la moneda de un peso

Hace varios días circula en una red social uno de esos textos edificantes, dignos de la prosa de autoayuda de Paulo Coelho o Jorge Bucay, que la gente comparte para que seamos todos más sabios y amigables con el prójimo.
Érase una vez un boliche con un grupo de parroquianos que se reunía a emborracharse, a contar mentiras y a sentirse orgullosos de su inteligencia. Parte de la diversión consistía en burlarse de un viejito del barrio, que parecía ser menos despierto que aquellos brillantes pensadores populares. La burla, que se repetía noche tras noche, consistía en llamar al anciano y hacerle elegir entre dos monedas, una de 1 peso y otra de 50 centavos, que a simple vista resultaba ser de mayor tamaño. El hombre, noche tras noche, elegía la moneda de 50 centavos, y los parroquianos se mataban de la risa de la falta de inteligencia de aquel pobre viejo de pocas luces.
Un día una persona asistió a aquella reiterada burla callejera, y cuando el anciano se retiró con su moneda más grande se aproximó y le preguntó si no se daba cuenta que le estaban tomando el pelo, y que él siempre elegía la moneda de menor valor. El viejito le contestó que sí, que no era tan estúpido, y que él sabía que la moneda más grande tenía menos valor que la otra, pero que si algún día elegía la moneda más pequeña, la burla se terminaría y él se quedaría sin su diaria ganancia de 50 centavos.

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Es sencillísimo pegarle a este gobierno, que ofrece generoso la otra mejilla. Todos nos sentamos en el boliche, nos tomamos unos tragos, actualizamos el blog, agarramos el celular y tuiteamos los disparates que diariamente nos regalan las autoridades. El chiste de la semana es el desatino de Pluna, que junto con el video de Chris Namús y el temporal del 19 de setiembre, estarán en el repertorio de todas las murgas el carnaval que viene.
Facebook y Twitter estallan de originalidad e ingenio y los periodistas tocamos el cielo con las manos porque nunca fue tan fácil denunciar contubernios, negociados y desprolijidades. La cara de un ministro sorprendido en plena componenda tiene un mérito indudable, y el chiste barato de otro en un tema tan serio merece el más amplio repudio de contribuyentes y damnificados, pero no son nada más que detalles de un descalabro que tiene más de diez años de historia y que nadie parece recordar.
Mientras tanto, los blancos y los colorados se hacen la astilla con el presidente y sus ministros, se muestran indignados por la falta de transparencia y exigen airados que las cabezas rueden. Nunca fue tan fácil ser oposición –ellos no tienen nada que ver con ninguna de las desgracias de la patria– y nunca fue tan fácil ser periodista.

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La noche está en su mejor momento, estamos todos borrachos y la estamos pasando bomba. Y allá en la esquina está doblando el viejito, con otra moneda de 50 centavos en el bolsillo y tratando de encontrar una bodega más grande para guardar sus ganancias. Tan contento está el anciano en su torpeza que a veces pasa por el boliche y les paga la vuelta a los vivos del barrio sin que ellos se den cuenta, y después se junta con otros ancianos que tienen el mismo problema de espacio para sus depósitos.
Y eso nadie lo tuitea, aunque algunos beodos lo saben.

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